sábado, 12 de abril de 2008

Un fantasma recorre mi cuerpo

Un fantasma recorre mi espíritu, pero para instalarse ahí se desliza por mi cuerpo, provoca dolor muscular en mis pantorrillas y se resiente en la zona lumbar a la hora e incorporarme después de horas frente al escritorio.
Es el fantasma de la desolación, es un mal ya crónico que me ha llegado desde años atrás.
Un día a la enésima experiencia de ver convertida en polvo la amplia gama de esperanzas que como habitantes de este tiempo todavía guardamos, frente a los desacuerdos absurdos hasta en las discusiones más nimias entre personajes que esgrimieron ante auditorios de alumnos, simpatizantes y seguidores, me fui sintiendo cansada e impotente.
Volviendo la vista hacia los representantes de la inteligencia, donde quiera que se ubiquen, tropiezo de inmediato con ese mismo monstruo pegajoso e invasivo que es la soledad en la reflexión y en el análisis de una realidad.
Leo, para ganancia de muchos, que quienes han aportado ideas y comentarios de enorme valor se miran ahora en la “necesidad” de hurgar en sus haberes para desempolvar sus trabajos o proyectos sobre temas distintos a la política, de esta manera tenemos a quienes nos hablan de cine, música, teatro o poesía.
La división maniquea que podría hacerse de manera muy simplista entre quienes todo aplauden y entre quienes todo critican, cuestionan o reprueban se mira alterada por arranques de conciencia o de honestidad intelectual y buscan con esfuerzo encomioso los puntos rescatables de este país al que parece que en algunas de sus partes escribió algún guionista pagado por cuartilla.
Temáticos como hemos demostrado ser, apenas distrae un poco el adiós a Hugo Sánchez, de quien he de confesar, no tengo opinión, para topar con las maravillas de un proyecto que nos convertiría en dueños reales a través de baratos bonos de la riqueza petrolera.
Mientras la guerra innegable que se vive entre grupos del narcotráfico parece no tener ni un día de tregua y las cifras de la pobreza simple, sin eufemismo, despojada de los términos que hacen que las cosas parezcan algo distinto cuando dicen “pobreza patrimonial” a quienes no son propietarios de una vivienda, o “pobreza alimentaria” a quienes no tienen para comer, como si unos y otros fueran parte de grupos distintos, le duele a uno alguna parte del corazón y no el metafórico, sino alguna línea real entre el pecho, la espalda y un brazo solamente de pensar que faltan esquinas para todas las personas que con un bote en la mano y un gafete que nunca alcanzamos a leer, esperan que de un monedero sin fin alcance a regalar monedas a cada alto, para después en el estacionamiento de cualquier centro comercial un hombre que corre al escuchar el ruido que hace el seguro del auto exhale con dificultad un poco de aire por un silbato lleno de saliva y a cambio de eso paguemos su ayuda.
Seguimos rumbo al asunto siguiente en el diario recorrer por las calles de la ciudad para sentir que a veces es necesario detenerse porque la rabia de quien dice las noticias nacionales salpica a través del radio y contamina hasta la libertad de opinar respecto a cualquier evento que tenga lugar en el mundo.
Con ligereza casi criminal se le aplican calificativos como “fascista” a expresiones desesperadas a veces, organizadas otras, pero válidas todas, de inconformidad frente a decisiones que golpean en la integridad de la vida de cada mexicano.
El fantasma de la intolerancia, de la descalificación, mina el espíritu a ratos.
Frente a este mal no parece haber manifiesto que nos rescate u organice porque la voracidad de las burocracias partidistas han hecho de la participación ciudadana una bandera solamente útil para acarrear en modos más sofisticados a los votantes potenciales a las urnas cuando la fecha sea conveniente.
Me duele entonces el México del “boteo”, de la rifa, de la casa de empeño, de las cundinas. De las mujeres que trabajando, siendo profesionistas, estrenan para el desayuno del fin de semana los atuendos y accesorios que pagarán dentro de un año o más.
Administro como puedo la decepción de la apariencia sin más destinatario que quedar bien en el momento y busco una pastilla de “mejores tiempos” para seguir adelante con el día.

Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.

Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.

Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas

que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.

(Serrat, Joan Manuel. Aquellas pequeñas cosas)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hadassa:

Hoy te leí nuevamente, abro el periódico buscando tu columna. Tu mensaje empata tanto con mi pensamiento y sentimientos que decido escribirte para expresarte nuevamente mi más sana envidia por la habilidad que tienes de poner en claro y por escrito las ideas que bullen en la cabeza de todo ser pensante. Y además, lo dices con elegancia, sabedora de tu destreza, y uno al final se dá cuenta de que quien mueve la pluma que escribe es un ser inteligente y sensible.
Eres una artista


José