domingo, 4 de septiembre de 2011

Todo pasa… hasta la ciruela pasa

En la carretera Ensenada-Tijuana en las inmediaciones de El Sauzal abrió sus puertas un moderno supermercado. Desde el anuncio de la construcción de esta empresa hasta el día de su inauguración hubo una onda de gusto por llegar al momento de merecer como comunidad la atención de alguna de las grandes cadenas de supermercados de la región para abrir una sucursal en nuestro vecindario.

Pasaron varias generaciones desde los expendios de carnes del barrio de Manchuria pasando por las tiendas de chinos hasta llegar a abarrotes más o menos surtidos para cumplir con las necesidades de abasto familiar. Cómo olvidar a Don Vicente Aguilar.

Primero se contrataron trabajadores para los diferentes departamentos, antes debieron haber contratado albañiles para la readaptación de las naves de una maquiladora que funcionó en esos locales.

Fueron semanas de mucha actividad y despertaban las suposiciones y pronósticos de todos cuantos pasan por la carretera rumbo a Ensenada: que si va a ser muy grande, que si estará abierto las 24 horas. Llegaban los camiones con material para construcción e imaginábamos las muchas adecuaciones que requerirían los locales designados para el mercado.

De pronto, un martes sin ser día de pago (obviamente ni fin de semana), a las 12 del día anunciaron con altavoces en carros que abría sus puertas el nuevo supermercado con grandes ofertas y regalos de inauguración. Me pareció interesante y oportuno dar una vuelta.

El panorama era pintoresco: grupos de mujeres caminaban hacia el mercado como lo hacen en las procesiones religiosas, el flujo de transeúntes no cesaba. Una vez en el lugar me acerqué al estacionamiento bajo techo que abrieron a un lado del comercio; un hombre me dio la bienvenida, me indicó dónde me estacionara para descubrir que el lugar estaba ya ocupado, lleno de palabras solícitas me trajo dando vueltas hasta que decidí estacionarme donde me pareció prudente y solamente agradecí la buena intención del hombre con gafete del mercado.

Una vez ahí me encontré con una multitud de clientes: parecía la graduación de la primaria, la secundaria y algún baile de cómputo de hace cincuenta años, todo junto. Las cajas tenían filas que llegaban hasta la pared del fondo ocupando todos los pasillos, todos reían, comentaban y comparaban sus carritos llenos de mercancía.

Encontré personas que no había vuelto a ver desde que salí de la primaria y la mayoría de ellos tampoco me reconocieron. Los carros rebosaban de carteras de huevos, pasteles, sopas instantáneas, salchichas, artículos de limpieza. Caminé con mi esposo por la orilla rumbo a las verduras, luego busqué pollo, seguimos por la periferia hasta encontrar un artículo de tocador. La panadería dejaba escapar el perfume oloroso y noble del pan recién horneado, con ese aroma decidimos salir por la caja rápida, que estaba vacía porque todo mundo llevaba más de diez artículos. Era una fiesta de consumo que el pan caliente envolvía con algo de bondad y de viejo vecindario.

Un joven salió de la carnicería con uniforme y cubreboca, de pronto miró a un conocido y saludó:

- ¡Qué pasó, marrano!
- ¡Qué onda, apestoso!

Y se dieron un abrazo cordial.

Así es El Sauzal.

hada.ceniceros@gmail.com