viernes, 18 de julio de 2008

Símbolos de identidad

Dondequiera que haya un evento internacional en que se registre la participación de mexicanos la audiencia toma, sin más, partido por los connacionales. Los encuentros deportivos sin importar nivel o categoría tienen en nuestro país todo el apoyo de la tele audiencia.
Resulta comprensible sentirse representado por los paisanos que ondean la bandera nacional y entonan nuestro himno en tierras lejanas.
Otro tanto sucede con los Juegos Olímpicos, el esfuerzo de los participantes y la contienda frente a representantes de otros países con más recursos, mayor tradición en algunas disciplinas y mejores posibilidades estadísticas, merecen toda nuestra simpatía y entusiasmo aunque al final los resultados sean el retrato de siempre en una realidad conocida de todos.
El asunto de los concursos de belleza es algo diferente. Desde el triunfo de una mexicana como Miss Universo no ha habido forma de lograr una experiencia semejante. Aquí los criterios son distintos y los intereses también, las valoraciones estéticas tienen un carga de subjetividad natural y no hay parámetros fijos por los cuales se pueda medir, la belleza, el encanto, la gracia o la elegancia de una persona.
La participante tampoco tiene claro cuáles son los atributos que en su momento van a calificar los jueces, así es que se exhiben en las pasarelas con lo mejor que tienen de sí mismas: su belleza física, simpatía y preparación.
En el caso de la representante mexicana, ésta llegó asesorada por un grupo de personas que pretenden repetir el gran triunfo de Lupita Jones… pareciera que buscan clones de la ex miss universo mexicana para crear el mismo efecto en quienes evaluarán las cualidades de la concursante nacional.
Pero resulta que hay aspectos que vienen desde una identidad diferente, rasgos en la personalidad que tienen que ver con una educación, un entorno, una manera de ver la vida que se refleja hasta en la forma de caminar, de mirar y sonreír, eso no lo enseña nadie, eso no se imita o aprende.
Por otro lado, las condiciones internacionales que prevalecían en 1991 han cambiado como es natural y los criterios para considerar la belleza son también diferentes.
Los trajes de baño muestran más piel, las cirugías estéticas son aceptadas, por alguna razón se piensa que entre más alta sea la concursante más oportunidad tendrá de triunfar, en fin, no llega uno a saber a ciencia cierta si lo que se valora es la representatividad de la belleza según su lugar de origen o si se busca la estandarización de los conceptos estéticos.

El modelo Barbie parece prevalecer: las piernas largas, el cabello largo también (ya nadie se atreve a lucirlo corto) y las proporciones ideales, olvidando que la muñeca en cuestión está hecha de plástico, hay elementos que se escapan a estos cánones.
Ahora resulta que el atuendo final le valió a la mexicana la pérdida del ansiado triunfo, eligió mal dicen, no se vistió como una reina de belleza y entonces ¿quién la asesoró en ese aspecto? que los zapatos le quedaban chicos y los dedos rebasaban el frente y quedaban sobrados ¿quién tenía que cuidar esto? ¿Pero qué pasa con el criterio de la misma participante? ¿O es un concurso donde la chica proyecta sus gustos, educación y preferencia o solamente es el maniquí portador de criterios diferentes de un “equipo” que todavía sigue bajo la sombra del 91 y la influencia de un personaje que en aquel tiempo mostró una personalidad, educación y un rostro congruente con la mujer moderna mexicana? Hasta tenía el nombre perfecto para levantarlo en el extranjero como bandera mexicana.
En este tema no veo la trascendencia como país para ganar o no. La mujer mexicana es bella de diferentes maneras y en el país hay de todo, aunque se mida la mitad de la estatura de la concursante internacional y se tengan medidas en diferente orden, la belleza de nuestras amigas, hermanas, madres o hijas bien merecen el reconocimiento diario de propios y extraños.
Por fortuna la patria no tiene la cara de la Maestra Líder a Perpetuidad, ni la voz de letanía de la Secretaria de Educación, o las ocurrencias de una secretaria de oficina convertida en Secretaria de Estado o encargada de asuntos nacionales importantes, la cultura de una ex primera dama o el vocabulario de la ex responsable de los asuntos indígenas, ni la imagen voluminosa de Ninel que pareciera no resistir la prueba de un pinchazo, el sobrepeso de la Presidenta de un Partido Político, ni siquiera el semblante adusto de la Secretaria de Energía –tan de moda hoy día.
Hay rostros amables, suaves, voces inteligentes, rostros bellos, figuras atractivas estéticamente equilibradas en periodistas, maestras, funcionarias, intelectuales, mujeres comunes: la profesora, la empleada del banco, una vecina, una amiga o un familiar.

El certamen de belleza ya pasó, fue cosa de unos días y de unas horas finales. Nuestras bellezas resisten la prueba diaria de enfrentar un mundo real en donde su presencia siempre deja el sabor a triunfo nacional.

…tienes vibración de sonatina pasional,
tienes el perfume de un naranjo en flor,
el altivo porte de una majestad…
(Lara, Agustín.Mujer)

jueves, 10 de julio de 2008

La difícil tarea de hablar claro

¿Por qué no haces unos tamalitos para la cena? Pregunta un esposo. Lo que sigue son las diferentes opciones de reacciones y respuestas a esta pregunta –porque es pregunta:

1) la mujer dice que está bien, que hará eso de cena

2) se queja de que es mucho trabajo y no hay ayuda

3) sugiere que compren ya preparado lo que él desea

4) contesta tal como le plantea el marido la pregunta.

Porque en este mundo cotidiano de las cosas sobreentendidas ni el esposo dice lo que quiere decir ni ella responde generalmente lo que la otra persona plantea. En este ejemplo tenemos que al hombre no le interesa realmente las razones para que la señora no haga lo que él quisiera cenar sino que desea que ella haga lo que a él se le antoja, y ella no contesta lo que quiere decir porque a partir de la primera propuesta ambigua le siguen una serie de suposiciones cuya responsabilidad nadie asume.

La pregunta más cierta sería ¿quieres hacer esto para la cena? Ella contestaría sí o no y tal vez matizaría con alguna explicación agregada. Fin de la historia. Todo lo demás es ese juego vicioso de manipular las reacciones o las respuestas según el planteamiento impreciso.

Los mexicanos somos conocidos por otros hispanoamericanos por la forma difusa de decir las cosas: el “a ver cuándo nos vemos” o “hay que juntarnos un día de estos” no son formas de establecer un compromiso para encontrarse con alguien, es la mera expresión de un deseo o una intención. “Luego te hablo” no es tampoco un acuerdo, ni define hora o día.

Recuerdo a un pretendiente de mis tiempos de juventud, se despedía a la una de la tarde de la oficina donde trabajábamos diciéndome “enseguidita vengo”, entendiendo eso como algo breve e inmediato lo esperaba, una, dos o más horas en vano, luego aparecía a las seis como si nada, al señalarle la descortesía y molestia por haberme dejado esperando respondía “te dije que luego venía”.

Hasta en las canciones dicen los refranes populares “nomás me dice que sí pero no me dice cuándo”.

La incertidumbre como destino cotidiano deja un sabor amargo en el ánimo, porque resulta que un día con tantas imprecisiones acumuladas y a pesar de todo lo que no sabemos ni cómo o cuándo va a suceder, los plazos se cumplen, los ciclos terminan y las fechas se cierran, entonces el “un día…” llega, y nos encontramos de cara frente a las consecuencias del olvido, del aplazamiento o la desidia; el proyecto ideal para los hijos o del compañero o compañera no se realizó, y el evento importante pasó de largo sin notarlo, o el ánimo y el cuerpo no lo desean más, el entusiasmo o las simples ganas de hacer algo no existen más; lo que queríamos como alguna vez lo soñamos es pasado.

El tiempo pasa y se lleva día a día las posibilidades enormes que cada mañana plantea y cada noche cancela.

Hablar claro, decir lo que realmente deseamos expresar, hacer las preguntas y aceptar las respuestas, decir sí o no y atenernos a las consecuencias es tarea de compromiso con ese personaje que se llama “yo mismo” en la tarea de delinearlo primero en sus contornos y darle volumen después con la solidez de nuestras convicciones, preferencias y deseos, entendiendo que hay tiempo de buscar y tiempo de encontrar y que a muchos nos toca ya la sola acción de ser congruentes con ese hombre o mujer que deseamos ser y asumir de manera convencida que el tiempo de jugar a “encontrarnos” pertenece ahora a otras generaciones.

Hoy somos el dibujo terminado de quien deseábamos ser ¿Cómo se ve el resultado? ¿Nos gusta? ¿No? Bueno hay que arreglarlo un poco quizá, pero no podemos desecharlo, solamente buscarle los mejores rasgos y reconocer que una vez nos gustamos más, sigámoslo haciendo.

…Incertidumbre es el dolor del alma.

Incertidumbre es el dolor de amar.

(Curiel, Gonzalo. Incertidumbre)