viernes, 11 de diciembre de 2009

Invierno

Me llega por las tardes de diciembre con la noche adelantada de este tiempo, un frío nuevo. Trato de recordar cuándo fue que empecé a sentir tan intenso cada cambio de estación. Hubo un tiempo en que mi cuerpo distinguía con entusiasmo cada uno de los meses del año, acompañaba aquella sensación con la amistad, el encuentro con los compañeros de escuela, cambios de ciudad, vacaciones. Después las rutinas de los primeros empleos fueron de la mano de la formación de una familia. Los días así representaron esperas, sorpresas, primer diente, primeros pasos, nuevas palabras.
El clima entonces era decretado por la potestad que me otorgaba la maternidad, el abrigo y el gorro se llevaban cuando yo sentía frío y pasado el tiempo, les despojaba de suéteres estorbosos si consideraba que hacía calor.
El bienestar de los padres giraba alrededor del de los hijos y el tiempo lo marcaba la seña en el marco de la puerta, la argumentación elaborada a la hora de opinar con los niños o la demanda de “privacidad” del hijo mayor a la hora del baño.
El frío o el calor no eran temas aún, ni siquiera para hacer fila a la hora de pagar las tortillas. Las prendas para una u otra temporada circulaban, sin tener mucha conciencia de los cambios, en el orden del armario.
Cuando niña, vivíamos en Tijuana por el rumbo de la Mesa, en aquel tiempo era un lugar poco poblado en donde se encontraban siembras de maíz, había que caminar un buen tramo desde la parada del transporte hasta el conjunto de casas que se ubicaban pasando un puente sobre un canal de agua, llegaron las fechas navideñas y todos los hermanos recibimos abrigos como regalo. Tenía cuatro o cinco años, no tengo recuerdo del frío o la lluvia pero sí tengo presente un abrigo verde pino con un prendedor muy pequeño color mostaza y un cascabel que sonaba cuando caminaba.
Muchas lluvias me bañaron durante los años de estudiante en Guadalajara, ni siquiera recuerdo un mal rato debido a eso.
Hubo un invierno diferente cuando viajamos a Europa en mayo de 1981, el grupo de viajeros procedentes de México nos informamos del estado del tiempo con anticipación pero nunca imaginamos que las temperaturas en Inglaterra estarían entre los 2º y 4º grados centígrados, así es que nos apresuramos a comprar prendas apropiadas para el frío, los aparadores de las tiendas estaban decoradas con ropa ligera y en los parques nos cruzábamos con corredores en pantalones cortos ¡era primavera! Entendí entonces que el cuerpo se acostumbra a las temperaturas del ambiente en el que se desenvuelve y que era una de tantas cosas sujetas a la relatividad. El único abrigo que encontré apropiado para mi talla que entonces era muy pequeña (la talla) fue un saco largo de lana morado que con unos zapatos deportivos azules fueron mi atuendo durante todo mi viaje. En esta experiencia sí recuerdo el viento helado que picaba en la cara como agujas.
Así que desde el abrigo verde al morado pasaron muchos inviernos sin memoria. Ahora tengo atuendos abrigadores desde hace años, con la edad conserva uno mucho más tiempo su ropa, duran más pero los uso menos, prefiero no salir.
Últimamente los resfriados se presentan en estos meses y a pesar de las precauciones llegan a vulnerar el estado de salud.
Tengo en general buena memoria pero no recuerdo que se me entumecieran las manos por las mañanas, tampoco recuerdo que no me importara ponerme un gorro de lana de cualquier color con tal de estar calientita.
Las estaciones del año marcan ahora tiempos distintos y los meses fríos parecieran ir de la mano de días nublados por la austeridad obligada debido a la maltrecha economía familiar.
Los aguinaldos ya están destinados, el pavo se convertirá en pollo para muchos y
una gran mayoría agradecería una cobija extra.
Un presidente en guerra recibe el premio Nobel de la Paz una escritora que ha relatado los horrores de otra guerra lo recibe por sus méritos literarios, por acá llega al Banco de México el hombre de más peso en el gabinete a gobernarlo, y quien era encargado de luchar contra la pobreza pasa ahora a cobrar impuestos.
Sin un gramo extra de escándalo, ni empeño en la nota roja el país se cubre de sangre cada día.
Estamos en guerra contra la inseguridad, la pobreza, la corrupción, la ignorancia, la enfermedad, la impunidad. A veces sabemos con claridad quien es el enemigo otras no tanto, pero lo peor, no parece que vayamos ganando.
El viento de ésta semana derribó un gran eucalipto que cayó sobre la barda de mi casa, quedó con las raíces expuestas, la banqueta se quebró y ahora cortado para ser retirado se ha convertido en una pila de ramas olorosas que el aire desparrama con desorden.
Lo siento en los huesos, aspiro en el ambiente y duele en los ojos, es invierno.

Entrecruzados caen,
se aglomeran
y un segundo después se han dispersado.
Caen y dejan caer a la caída.
Inmateriales
astros
intangibles;
infinitos,
planetas en desplome.
(Pacheco, José Emilio. Copos de nieve sobre Wivenhoe)