sábado, 29 de noviembre de 2014

Un llanto a mediodía


Entre los cuatro y cinco años de edad mi madre me llevó con una familia amiga. No recuerdo que me haya preparado  para la experiencia que me esperaba. Fui dejada ahí bajo el cuidado de la señora Salcedo.
Recuerdo haberme asomado por la ventana que a duras penas alcanzaba desde un segundo piso de un enorme edificio de apartamentos, y gritar por mi madre con la ilusión de que a mi llamado regresara.
Lloré a todo pulmón como se llora la primera vez en la vida, sin esperanza, sin noción de tiempo, la vida toda era ese momento y era abandonada en un sitio desconocido por la persona en quien tenía entendida hasta ese momento, toda mi existencia.
Los días que siguieron se me pierden en la nebulosa del  tiempo, aprendí a hacer varias tareas pequeñas como extender mi cama, bañarme sin ayuda, me enseñaron las jóvenes de la familia a utilizar los cubiertos y a sentarme correctamente a la  mesa. De repente a alguna hora del día iba a mi cama para buscar bajo la almohada un pequeño peine y un espejo color menta que me había dejado mi madre como única prueba de que me quedaría en ese lugar, para mí esos objetos representaban  mi conexión con ella, los buscaba solamente con los dedos de mis manos para sentir su cercanía, me asaltaba entonces un sollozo apagado con un dolor en mi pequeño corazón.

Con el tiempo dejé de llorar, de hecho nunca lo volví a hacer en ninguna despedida. Aprendí a mitigar lo difícil del adiós solamente al pensar en un color verde claro.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Un extraño enemigo






Hay días en que parece uno completamente perdido de su centro. Como en juego de esas cajitas con balines que deben caer en un pequeño hueco dispuesto para ese fin, movemos y movemos la pequeña circunferencia buscando que la pieza caiga por sí misma en su lugar y no lo logramos. Si la pequeña canica fuese el “yo” y el punto horadado el “yo mismo”, de plano reconocería que hay días en que no me encuentro.
Aquí surgen las buenas y las malas noticias: una, que no estoy sola, ese estado es compartido con muchos otros habitantes del país y otra, que eso no es remedio de nada.
El tema de la violencia desatada en todos los lugares del territorio nacional sobrepasa el análisis simple o la mirada general de cualquier opinión más o menos preocupada.
Las conversaciones entre quienes tienen uno o dos datos documentados giran alrededor de la falta de control de las autoridades correspondientes.
Ya sea por una de las versiones que dicen que “antes” -y aquí no sé bien a qué “antes” se refieren si tenemos ya varios sexenios estatales con el mismo tipo de gobierno, o si el “antes” es federal y entonces estaremos hablando de menos tiempo- la autoridad se entendía con los líderes de la delincuencia y éstos respondían con control sobre las acciones en determinadas áreas. O bien las otras versiones que dicen que en la lucha contra el crimen organizado no se diseñaron estrategias para afectar de manera inteligente los cotos de poder de los diferentes grupos del hampa, dando como resultado que el descabezamiento indiscriminado haya dejado en la libre a mandos secundarios que arremeten contra los adversarios del mercado sin detenerse en la población que afectan y sin código alguno al que se pueda apelar para llegar a acuerdos.
Porque llegado el caso o se aniquila al delincuente como los tiempos de Elliot Ness o se busca la forma de encontrar puntos donde el resultado sea una efectiva disminución de la violencia presente ya en cualquier ciudad, barrio, camino, establecimiento o evento.
Querer encontrarle sentido político a todo buscando destinatarios en un efecto de juego de billar resulta en ocasiones un ejercicio para distraer del punto urgente a resolver: la ola sangrienta de atentados, ejecuciones o secuestros.
Explicar que las luchas son entre los mismos delincuentes no alivia ni responde al reclamo del ciudadano que exige seguridad.
Lo punzante, lo grosero es la aparente facilidad con que se arremete en sitios impensables hasta hace poco tiempo y lo peor aún son los discursos con los que se pretende responder a un sector delincuencial a quien los dichos de los políticos o los funcionarios no les hacen ni cosquillas, porque además ni los miran, ni los oyen.
De los atentados en Morelia ¿qué sigue?: minutos de silencio, becas para huérfanos, pensiones modestas para viudas, gastos de funerales, fotos, flashes, caras de circunstancia, golpeteo político para el gobernador perredista, declaraciones de las damas de blanco encargadas de la protesta nacional organizada, y horas en noticieros dando los pormenores del lugar en donde cayeron las modestas prendas de vestir de una de las heridos.
Por lo pronto, se quedan atrás las víctimas de los sucesos en el Estado de México o en cualquier otro estado. Pero eso no sería lo más grave, los que se van quedando en el olvido son los verdaderos responsables de estos homicidios, y detrás de ellos todos aquellos encargados de procurar justicia, los mismos que cuando le llegan de cerca los señalamientos solamente los cambian de puesto o se les quita del escaparate.
Pero no tenemos que extender la mirada a otras latitudes, basta conocer lo que ha sucedido en Tijuana donde aún los acontecimientos son tan recientes que no se puede abordar el tema con la suficiente objetividad, baste señalar que la sobrepoblación de los centros penitenciarios y el caos producido por la aglomeración indistinta de prisioneros en diferentes etapas de sus procesos correspondientes provocan que el asunto de unos se convierta en problema de todos y el estallido abarque a los familiares desesperados por la suerte de los suyos, recluidos y por el momento atrapados en un conflicto de grandes dimensiones.
Cuando los marcos institucionales se miran rebasado o destruidos por los conflictos no queda más que reconocer la necesidad de acudir a otras instancias para manejar las soluciones que aunque calificadas de urgentes siempre llegarán tarde. Y es ahí cuando la sociedad se vuelve herida en busca de las respuestas, pero además de lastimada también reacciona violentada, y con razón.
Mientras el responsable de los sucesos en Michoacán aguardaba el último viva México el país entero sigue esperando que alguien declare formalmente que el crimen organizado o no, es el extraño enemigo y reconozca que hace tiempo profana con su planta el suelo de nuestros barrios, colonias y ciudades. El territorio de nuestra seguridad se mira invadido por un estado zozobra e inquietud permanente y como ciudadanos solamente esperamos que se respete nuestro derecho a un pedazo de tranquilidad y paz.


…frente a la tarde de salitre y piedraarmada de navajas invisiblesuna roja escritura indescifrableescribes en mi piel y esas heridascomo un traje de llamas me recubren,ardo sin consumirme, busco el aguay en tus ojos no hay agua, son de piedra…(Paz. Octavio. Piedra de Sol)

Unos más iguales que otros

Bajo Palabra
Hadassa Ceniceros

Unos más iguales que otros
Los acontecimientos trágicos en el país, concretamente en el estado de Guerrero van dejando huellas de abatimiento generalizado expresado de diversas maneras. Las movilizaciones en forma de marchas, veladas, plantones, paros o  huelgas tienen distintas respuestas según grados de información y decisión de participación de los ciudadanos.
Habrá quienes no encuentran  maneras más efectivas de participación o de manifestar descontento y hartazgo. Las redes sociales abren posibilidades al menos de marcar con un “like”, comentar en algunas líneas a los amigos o compartir información pero es claro que no es a partir de esto que se vayan a operar cambios significativo en el estado de las cosas en el país.
Los tres partidos más grandes se han cuidado de pronunciarse en busca de respuestas al caso de secuestro y posible homicidio de los estudiantes de Ayotzinapa y tampoco hay expresiones formales en busca de transparencia a los presuntos actos de tráfico de influencias o actos de corrupción de los más altos representantes del gobierno  mexicano.
El marco ideológico que debiera distinguir a estas tres opciones políticas está ausente y pareciera que solamente el silencio  los identifica.
Difícil es distinguir las posturas entre quienes debieran ser exponentes de distintas formas de entender el poder, el gobierno y la sociedad y difícil será considerarlos diferentes a la hora de otorgarles nuestro voto.
No alcanzo a pensar en qué estará pensando el ciudadano para el 2015 cuando una parte del Congreso sea renovada, quizá dependerá de nuevo de la oferta inmediata que los encargados de la publicidad –que no propaganda política- y el mercado hagan a través de regalos, espectáculos artísticos, selfies y refrigerios.

Quisiera pensar que habrá en alguna parte propuestas con contenido y sentido social que promuevan a un plazo razonable un camino de justicia y valores dignos de una sociedad a estas alturas de la Historia.