lunes, 7 de abril de 2008

¿Qué hacer?

publicado en prensa en marzo 27 por Hadassa Ceniceros


Hace algunas semanas leíamos con preocupación una columna local en donde quien escribía se expresaba con gran pesimismo en una especie de retrospección en tercera persona para luego dar algunas respuestas ante este estado de ánimo.

De distinta manera y con recursos intelectuales diferentes y variados, los estudiosos de los fenómenos sociales y sus relaciones con el entorno se repiten a sí mismos con los análisis, a veces históricos, y en otras ocasiones simplemente comparativos de realidades semejantes en otros momentos o en otras latitudes del mundo. Todo para llegar a las obvias conclusiones de que la superficialidad, la apariencia, la fachada del mundo que enfrentamos no resiste la mirada aguda, profunda y documentada de sus mejores intelectuales.

La modalidad de medir opiniones y tendencias y en base a esas mediciones proyectar resultados y escenarios reducen los acontecimientos de trascendencia a pantallas diminutas de juegos portátiles de video. La realidad que representa la penetración de propuestas y proyectos en la mente del potencial votante y la decisión que en base a sus propias valoraciones realice, se expresan en sondeos y encuestas con muestras consideradas como representativas por las explicaciones y razones técnicas que los especialistas puedan darnos. Sin embargo en el uso de la herramienta se pierde el dato humano que significa salir a concretar en la acción una decisión y una definición política.

Desde cualquier gabinete de especialistas con los nombres de dos o más candidatos y con el programa de computación diseñado para ese propósito se pueden hacer prospecciones que con los márgenes de error naturales brinden aproximaciones aceptables.

Luego vienen las excepciones, y el fenómeno que en la realidad encuentra variantes viene a ser explicado a “toro pasado” con el análisis posterior de lo que pudo haber ocurrido para que los resultados hayan sido otros.

En ocasiones y sin caer en fatales pesimismos, la reiteración desmedida de algunos temas provoca un cansancio y un aburrimiento que no proviene de una realidad de iguales características sino del manejo cansino de los comentarios.

Ahora resulta que todos saben con ligeras diferencias qué tipo de izquierda necesita el país, luego vienen las preguntas: si al haber participado de acuerdo a las leyes electorales y a las reglas del juego se les calificó como un peligro para el país, ¿en qué momento puede ser rescatado el concepto de izquierda que se consideraría “bueno?

Total, que mientras el tema se agota y en espera de que un nuevo acontecimiento rebase al escándalo actual me detengo a reacomodar en el cajón menos visitado del armario familiar, a ver de nuevo las fotos de finales de los cincuenta cuando no cabía en nuestra emoción de niños el gusto de venir a vivir cerca del mar.

Era verano, la novedad de un cambio de casa hacia que apenas clareara el día estuviéramos de pie para salir corriendo a comprobar que a corta distancia el mar seguía ahí.

El Sauzal nos brindaba el aroma salado de la brisa matutina y las calles amplias, arenosas algunas, con sus cercos de postes y alambres de púas marcaban un paisaje nuevo, amplio y claro. Caminar a la tienda de Ramón, El Chino, o a la de Don Vicente Aguilar eran tareas que deseábamos hacer para conocer las calles de nuestro nuevo vecindario. El poblado, sus habitantes y los personajes pintorescos, que otros niños nos fueron presentando, iban llenando poco a poco el capítulo de nuestra nueva historia familiar.

Ir a Ensenada representaba una salida de por lo menos tres horas. Después de abordar el camión a la orilla de la carretera recorría el camino hasta el barrio de Manchuria para luego regresar lentamente rumbo a Ensenada. Pasaba media hora o más después de haberlo abordado en las primeras calles y todavía no salíamos del poblado. No había prisa, se sabía el tiempo que tomaría un mandado al mercado, al doctor o a alguna oficina. De regreso, era fácil identificar el sonido del motor del camión y permitía que saliera uno a recibir a quien venía con algún paquete o bolsa pesados y corríamos a ayudar.

Eran otros tiempos, así se dice. Aunque niños había buena memoria, las enfermedades graves eran pocas, el colesterol no se había inventado, no conocíamos la palabra estrés, los alcohólicos eran solamente borrachos, las toallas sanitarias se deletreaban letra por letra para que los chicos no las entendiéramos y en la tienda las envolvían en papel para que la caja azul no se notara, un peso de pan eran cinco piezas, comer comida china era un evento especial y las personas mayores se llamaban Tránsito, Librada, Expectación o Tula y la mayoría de los personas tenían algún mote.

Esperaré un poco más, tal vez mañana lleguen otros temas.

          Si en este mismo instante yo muriera

          estaría dispuesta

          preparada

          no conservo cajitas con secretos

          ni joyas de inquietante procedencia

          no hay cartas amarillas

          ni pañuelos con letras

          abrazadas en la esquina

          no requiero lavar ningún aroma

          mi piel no huele a amores o deseos

          los rostros que recuerdo están sin nombre

          no guardo talismanes

          ni cabellos

          todo está en su lugar

          nada hay oculto

          no atesoré amuletos contra olvidos.

          (Ceniceros, Hadassa)

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