domingo, 11 de octubre de 2009

Un mundo raro
(de la sección de añoralgias)

El sol de media tarde en el verano parece cobrar intensidad inusual. El camino sinuoso desde la carretera principal lleva una procesión de autos con el mismo destino.
Es día de fiesta, se celebra el cumpleaños del hijo del compadre del vecino del amigo. Qué más da, hay fiesta.
Fuimos invitados por alguien cercano a la familia y eso es suficiente, además cooperamos cantando y recordando las canciones que pocos recuerdan ya, y que los músicos entusiasmados inician sin saber después dónde terminar.
Llegan por grupos familiares y por zonas geográficas aledañas. Los nombres son en sí mismos característicos de regiones reconocidas por sus habitantes añejos.
Se acercan también quienes han hecho amistad con estos grupos de lugareños aún sin pertenecer a ninguna actividad productiva, social o cultural que los relacione, son solamente amigos.
Alguna ocasión quizá se habrá coincidido en otros sitios, en otras celebraciones, y de la algarabía que conlleva la canción y el vino se establecen acuerdos que se cumplen después en el siguiente encuentro.
Para la fiesta y la celebración nunca falta el conocido del amigo del señor que en una ocasión cantó “aquella canción” y entre “yo me encargo de avisarle” o “yo lo invito” se pactan compromisos para reencuentros en el futuro inmediato.
Ya una vez instalados en el festejo resulta que por ahí anda la sobrina de una prima que se fue al “otro lado” y que se quitó el nombre “porque así se acostumbra allá”, entonces se le llama y se presenta de nuevo al tío y su familia y empieza una ronda de recuerdos, salpicados de nombres, eventos y lugares y claro, los recuerdos de los viejos ya idos algunos, que se tienen en común y que refrendan el parentesco.
Resulta ahora, que los recién llegados o apenas conocidos desde la fiesta anterior son primos en algún grado de los hijos del festejado.
No falta el viejo solitario a quien una familia amiga ha llevado y a pesar de sus dificultades para moverse, queda sentado muy cerca de la música y de la fogata que al caer la tarde se enciende. Mantiene una sonrisa que pareciera tatuada sobre el rostro y en sus ojitos color ámbar se reflejan las llamas de los troncos que empiezan a arder dándole a su mirada un brillo travieso. Alguien lo llama para pedirle que les recuerde la primera parte de una canción que no atinan a iniciar: … “Cuando te hablen de amor y de ilusiones…” canta muy suave y los músicos con respeto le acompañan de la misma manera. Solamente es un instante, alguien le alcanza una guitarra y el hombre pulsa con familiaridad sus cuerdas y en sus dedos es imposible notar edad alguna, se acompaña con vitalidad y maestría hasta el final de la canción. Al terminar regresa el instrumento y dice “ya no puedo tocar igual, los dedos se lastiman, a esta edad ya nada es lo mismo”
La fiesta continúa, ya pasaron “Las mañanitas” y las fotos familiares, ya se ha ido a buscar vino más de dos veces desde que se inició la reunión. Los asiduos cantan a voz en cuello y gritan los títulos de sus canciones solicitando sus preferidas, algunas parejas se acercan entre sí un poco más y otros más se animan a pedir una melodía para bailar. Los jóvenes se alejan para hacer su fiesta aparte alrededor de música grabada y la hielera con cerveza.
El amigo que nos invitó ya no se encuentra (o no lo encontramos) y mientras buscamos al anfitrión para despedirnos me tropiezo con una señora mayor que es muy cercana a la familia pero que está perdida en la cocina y tiene hambre. Le digo que se siente en la mesa del comedor junto a muchos niños que alguien fue a dejar frente al gran televisor y le sirvo un plato caldo que no fue la comida servida a los demás, pero que está sobre la estufa y tiene buena vista.
Finalmente nos retiramos, sin despedirnos, caminamos entre las veredas oscuras rumbo al sitio donde estacionamos los autos, cantamos un trozo de la última canción cuyos acordes nos llegan a la distancia, “¡traigo un amor, y lo traigo tan adentrooooo!”
Descubrimos que estamos atrapados entre un árbol y un pick up con pacas de alfalfa. No sé quién puso el árbol ahí o movió mi auto, no estaba ahí cuando llegamos, creo.
Bueno, qué se le va a hacer, tendremos que regresar, alguien grita que quien quiera comer menudo ya está listo y varias mujeres empiezan a estirar unas aromáticas tortillas de harina sobre la plancha de un bote de lámina destinado como estufa y que sirve de comal. También hay café.
Al rato que alguien mueva los autos, nos vamos, mañana es domingo y pasado… también.
..Y si quieren saber de mi pasado,es preciso decir otra mentira,les diré que llegué de un mundo raro,que no sé del dolor, que triunfé en el amory que nunca he llorado…
(Jiménez, José Alfredo. Un mundo raro)

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