lunes, 11 de agosto de 2008

Sin novedad

De las muchas consecuencias de los resultados electorales federales se han desprendido múltiples reacciones que bien pueden aprovecharse para analizar o reflexionar sobre muchos de los aspectos que se hicieron relevantes a raíz de toda esta experiencia. Tenemos, por ejemplo, el papel de los medios, sobre todo los electrónicos y el amplio espacio que le dieron, previo pago, claro, a las campañas de miedo, desprestigio y advertencia acerca de los peligros que entrañaba las opciones distintas a quien patrocinaba la publicidad en cuestión. Pero eso fue solamente un aspecto, fuimos testigos de la manera en que los comunicadores se convirtieron en jueces y promotores al servicio de una causa oficialista que desechó a ultranza más opinión o datos que no fuesen los que sostenían una sola versión de los hechos. Si bien algunas voces discordantes fueron “invitadas”, solamente sirvieron de elementos para controvertir y reafirmar la decisión única. Fueron tiempos de buscar información y solamente encontramos una misma voz y un tono de intolerancia y hasta burla para quienes buscamos elementos de juicio diversos a fin de conformar una opinión documentada.
Resultado: muchos dejamos de ver y escuchar noticieros, medida que trajo un poco de aire fresco y renovado a las visiones viciadas y saturadas de los mismos argumentos y el manejo de las mismas cifras sin alternativas y sin explicaciones.
Entre quienes argumentaban triunfos de una u otra parte, quedamos los que con justicia y razones abrigamos dudas que no pudieron ser despejadas de manera satisfactoria.
Un sector amplio de consumidores serios de información nos quedamos refugiados en la lectura de los diarios nacionales de manera directa o a través del Internet y desarrollamos un poco más nuestras posibilidades críticas y valorativas para elegir nuestras fuentes y llegar a nuestras propias conclusiones.
Vivir sin noticieros ha sido una de las mejores medidas que llegaron después del 2006 y eso no significa vivir sin información, solamente que ya no son los señores de los nombres conocidos y las caras inefables las que invaden nuestros espacios familiares para decirnos la “verdad de la verdad”.
Por otra parte, nos topamos con una oposición (en donde hemos encontrado coincidencias) que por alguna razón -que todavía no puedo analizar con todos sus elementos- dejó de manera estruendosa, la vocación crítica, analítica y de alternativa que para otras experiencias tuvo: la capacidad de salir, previa revisión y consideración con posiciones congruentes, inteligentes y justas a defender con argumentos y razones los principios y valores de una determinada postura.
La historia da la razón pero para ello hay que armarse de todo aquello que apuntale la búsqueda de las vías para seguir avanzando.
De repente se encuentra uno con los rostros ajados por el tiempo y los cuerpos rellenos de las satisfacciones personales que han permitido que grupos reducidos de personajes conocidos giren en el carrusel de las posiciones electorales, esas mismas que se aseguran en listas de representaciones proporcionales porque los riesgos de las elecciones directas los corren otros.
Con el tiempo se deja de sostener el apoyo a personajes locales o nacionales cuyas trayectorias desde 1979 solamente la miramos reflejada en los anales de los congresos estatales o el de la Unión en puestos pendulares que oscilan entre el cargo de dizque representación popular o el otro como funcionario de administraciones “amigas”.
Los tiempos románticos de la participación desinteresada en donde se comprometieron la vida de familias completas quedó muy lejos, las canciones combativas latinoamericanas y los himnos heroicos de luchas sociales de otras latitudes son cosa de pasados tan remotos como ajenos a la propia imagen del entonces prócer.
Y no es que no se entiendan que las nuevas posibilidades construidas por la participación de todas las expresiones de la izquierda en sus diferentes organizaciones obligaron a nuevas formas de relacionarse sino lo que punza es la enorme distancia que media entre el mismo hombre, de quien conocemos el nombre y trayectoria se convierta de pronto en un auspiciador de políticas que en otro tiempo con su misma voz y la elocuencia y claridad que aún mantiene, rebatió con validez y valor.
La nómina oficial al parecer, merma el espíritu de quienes compartieron el escaso pan, el mucho ánimo y el enorme espíritu para salir a construir vías por donde caminaríamos brazo a brazo por un rumbo nuevo.

…Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos...

(Neruda, Pablo. Poema 20)

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