lunes, 11 de agosto de 2008

Los males del alma

Nada más difícil que reconocer, atender y comprender a personas con algún desorden mental o algún padecimiento siquiátrico. Hablo principalmente entre quienes conforman el primer círculo del enfermo. Para detectar que ciertas conductas no son producto de un mal carácter, una adicción o verdadera malcriadez pasa tiempo valioso para la atención de dichos desórdenes. Porque como todos los males la detección temprana posibilita la construcción de estrategias médicas y de manejo familiar que permitan la integración del enfermo a una vida con ciertas características de normalidad.
Aquí no estamos hablando del sentido filosófico de los estándares asumidos como “normales” y tampoco cuestionamos los criterios con los que al resto nos dan el título de sanos o funcionales.
No es mi propósito criticar dichos conceptos sino tratar de entender la manera en que una persona con conductas alteradas pueda funcionar dentro de su grupo familiar primero y de un entorno social después.
La dificultad principal del paciente radica en su división o ruptura entre sus pensamientos y la realidad. Esa escisión impide una relación organizada entre sus ideas y sus acciones y también una alteración emotiva que no obedece a ninguna lógica: lo mismo está eufórica, alegre y radiante, que enojada, violenta o triste y deprimida.
La atención personal cercana en el entorno familiar ayuda a identificar ciertos síntomas para ser atendidos por el médico especialista. De ahí se seguirán una serie de valoraciones y medicaciones que llevarán como finalidad lograr una cierta estabilidad en los estados de ánimo y de conducta del enfermo.
Pero, y este es un PERO con mayúsculas, esto sucede temprano o tarde en grupos socioculturales con información y costumbre de acudir a los médicos para buscar apoyo en todo lo que se refiere a salud.
Hay otros grupos donde la atención llega muy tarde o se busca asesoría hasta que el paciente presenta problemas críticos para funcionar o cuando se ha provocado algún problema de relaciones por estos comportamientos inexplicables.
A pesar de lo avanzado de la medicina en este y otros campos, todavía se funciona en nuestra sociedad con patrones atrasados y vivimos entre comportamientos que estigmatizan y esconden el hecho de que algún miembro de la familia padezca algún desorden mental.
Eso por una parte, por otra, está la dificultad para llevarle el ritmo a un enfermo siquiátrico en lo que se refiere a cambio de conductas y a la vigilancia sobre la puntualidad para seguir las indicaciones médicas.


A la vuelta de poco tiempo, dos o tres años, la familia inmediata se cansa, la oscilación en que se viven los momentos críticos provoca un desgaste que deteriora las relaciones entre quienes debieran ser los cuidadores o acompañantes.
Hay un faltante muy grande de instituciones dedicadas a las atenciones del enfermo mental públicas y privadas. Se tiende a poner en un mismo lugar a pacientes con patologías o desórdenes de diferentes tipos de tratamientos: lo mismo un adicto en recuperación, un demente, que un bipolar, al final unos adquieren los perfiles de los otros compañeros de hospital.
Por si fuera poco los cuerpos de seguridad pública no son instruidos para el manejo de personas enfermas al grado de que cuando se encuentran frente a un problema ocasionado por un enfermo en crisis, si este se encuentra solo y nadie aclara el tipo de problema que padece, se le trata como un individuo intoxicado con resultados registrados como lamentables y hasta trágicos, tenemos ejemplo en la localidad.
Este es todo un planteamiento sin alternativas sugeridas, la sensibilidad y nuestro nivel de conciencia respecto a las condiciones de este grupo de la sociedad tendría que orientarnos hacia la información más útil para poder comprender en general el problema de salud que representa este padecimiento y en particular, si fuera el caso, para conocer más a fondo las opciones para el tratamiento profesional.
Lamentablemente la precariedad de las opciones no da para más.
…Ése es el fruto que del tiempo es dueño;
en él la entraña su pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
es el propio sentido, que otros puebla
y el futuro domina.
(Cuesta, Jorge, Canto a un dios mineral)

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