lunes, 11 de agosto de 2008

Historia con varios finales

En las últimas seis semanas aproximadamente, he recibido la noticia de la muerte de alguna persona conocida. Los fallecimientos suceden con la frecuencia estadística establecida por los datos recibidos del Registro Civil, lo que llama mi atención es que sean personajes con los que tuve algún tipo de amistad, relación o convivencia social y cuyas vidas han llegado a su fin justamente en estos días soleados de verano.
La edad de uno hace -de manera natural- más frecuente el hecho de las pérdidas por defunción de amigos y conocidos.
En los casos recientes es curioso el dato de que todos los fallecimientos correspondan a varones. Hace poco asistí a un gabinete de radiología y llamó mi atención el hecho de que todos los solicitantes de servicios fuesen mujeres, me pregunté entonces si sería que somos más enfermizas o más cuidadosas para atender nuestras molestias. No lo sé.
Entiendo que al hombre le resulte más intimidante la visita al médico. Hay algo de rendición al hecho de ponerse en manos de otros exponiendo el lado más vulnerable, por otra parte las mujeres, dado nuestro papel reproductor, nos vemos desde temprana edad en la necesidad de acudir al profesionista para auxiliarnos en nuestra misión de conservadoras activas de la especie.
La experiencia desde jóvenes de cuidar ciertos aspectos de la salud es, sin duda, una razón para que los consultorios privados se encuentren llenos de mujeres al igual que las consultas de los institutos de salud pública, aunque al final de la semana los fallecimientos, de conocidos al menos, sean mayormente de hombres.

Por otra parte

Por otra parte me encuentro de manera regular con un grupo de personas cuya mayoría rebasa las seis o siete décadas de edad, principalmente hombres, que cultivan el gusto por la música, conversación y el brindis en un lugar donde el verano se hace llevadero y el encuentro con amigos es un evento para celebrar.
La charla gira en torno a tareas propias del campo, al recuento de las novedades acumuladas durante la semana y claro a los achaques propios de los cuerpos cargados de años. Todo se escucha menos grave o serio de lo que pudiera ser, se mencionan los medicamentos contra la hipertensión y el diclofenaco es un término que causa risa sólo se nombra cuando alguno de los asistentes muestra dificultad para levantarse de su asiento. Nada suena preocupante, las risas por los males propios y ajenos son tema de broma y guasa. Ahí el diabético sin vista dice que no puede tomar porque viene manejando su auto y quien usa muletas o silla de ruedas señala que no va a bailar porque no tiene permiso.
De pronto un domingo de julio la tarde toma otro rumbo, la música abandona los boleros y corridos y se desliza hacia espacios de sentimientos profundos y lejanos. El violín toca notas vibrantes de un vals que obligan a ser seguidas con una silenciosa atención, casi reverente, de todos los asistentes. Al percibir este instante recorro la mirada para advertir que el crepúsculo incendia el horizonte y a través de las ramas de los eucaliptos el día se despide arrullado por un viento suave que mece las hojas de los árboles. Descubro con sorpresa que alguno de los rancheros presentes ha clavado el rostro en su pecho y lágrimas emocionadas surcan su rostro.
Es un instante, solamente uno o dos minutos después la magia se esfuma, nos miramos sonrientes y buscamos una canción para cantar a coro “…Si tuviera cuatro vidas…”
Total, unos hacen turno en el consultorio del médico y otros se van a El Tule a cantar mientras la vida dure y así cada cual elige la forma de despedir su historia.

Tengo tanto sentimiento
que es frecuente persuadirme
de que soy sentimental,
mas reconozco, al medirme,
que todo esto es pensamiento
que yo no sentí al final.

Tenemos, quienes vivimos,
una vida que es vivida
y otra vida que es pensada,
y la única en que existimos
es la que está dividida
entre la cierta y la errada.

Mas a cuál de verdadera
o errada el nombre conviene
nadie lo sabrá explicar;
y vivimos de manera
que la vida que uno tiene
es la que él se ha de pensar.

(Pessoa, Fernando. Tengo tanto sentimiento)

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