LAS ESTACIONES DEL DÍA
Javier Manríquez
Octavio Paz ha dicho que “la poesía es siempre ceremonia”,1 y ahora que asistimos puntuales a este acto para cumplir con el ceremonial de acompañar a Hadassa Ceniceros en la presentación de Las estaciones del día, su primer libro de poemas, no quiero que sea una casualidad invocar la canción de la Violeta, pues en ella se entrelazan palabras que despliegan las vislumbres de una poética, de una teoría elemental de la creación poética: el poeta es jardinero y la poesía —como las flores— cura. La poesía sirve como el “cogollo de toronjil” que cultiva la jardinera como remedio para las penas, y las flores que ésta planta y cuida —“enfermeras” del alma: concreciones sensibles del poema— son para todos. Por eso la Violeta dice:
heredarás estas flores:
ven a curarte con ellas.
Los poemas de Las estaciones del día comenzaron a captar mi atención y me fueron haciendo suyo desde el principio del libro, desde los discretos endecasílabos contenidos en el poema “Si dejarte leer”:
Si dejarte leer de mis palabras
...
fuera el modo secreto
de quererte...
Pero fueron definitivos los versos de “Hay una voz, me dicen” para darme cuenta de que Ceniceros sabe lo que hace, y logra saberlo de manera exacta porque el ser y la voz que se pasean en su escritura le pertenecen sólo a ella, como también pueden constatarlo los demás, los otros, los lectores, quienes le dan existencia plena para poder escribir:
Me aseguran que existe una voz
una palabra
que solamente a mí me pertenece.
Un tono para hablar
para decir.
Me dicen que mi juicio
y mi cariño
aún sin escribirlos
se distinguen.
Lleva mi tono un ritmo
y su medida.
Ensayo historias
con el suave sabor
que dejan los deseos alcanzados
puedo inventar también
la placidez de noches olorosas
a besos y caricias.
Ensayar historias y que éstas tengan el sabor de “los deseos alcanzados” requiere, desde luego, estar en posesión de un lenguaje que aliente y permita expresar la vivacidad de las imágenes poéticas. Dueña de ese lenguaje —un lenguaje sencillo, sin edad—, Hadassa Ceniceros accede entonces a la concreción de la materia que veremos fluir sin tropiezos a lo largo de Las estaciones del día: el tema del amor, que es el eje de la obra. Y la apuesta de Hadassa está en decir el amor, apacible y firme, contra viento y marea, contra la sustancia del tiempo y sus accidentes, para contemplarse a sí misma en lo que escribe mientras la oímos, muy quedo, repetir:
Tras el cristal azul de mi ventana
mis ojos entre líneas me sonríen
el tiempo aún es promesa
a la distancia
la vida estalla en olas en la playa.4
Copilco, Distrito Federal, 11 de junio de 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario