jueves, 19 de junio de 2008

De memoria

Hay días, lo digo con frecuencia, que al caminar descalza al levantarme por la mañana siento en las plantas de los pies el frío de las baldosas y el precipitar de recuerdos desordenados.

A la distancia de mis ojos, mis pies se miran tan frescos como en la adolescencia o antes y no digo que así se conserven -aunque aquí entre nos se mantienen bastante bien- sino que entre la vista cansada de hace poco y la miopía de toda la vida no alcanzo a distinguir más que el final de mis extremidades sin edad ni tiempo.

Recuerdo entonces el tiempo apresurado del aseo temprano y el refrigerio ligero para salir corriendo a la escuela. Recuerdo también tratar de ganar turno en aquella casa de asistencia-internado para bañarse a la hora exacta donde acordaba con las otras chicas la manera que todas tuviésemos nuestro tiempo par el baño matutino en los tiempos del bachillerato.

En general recuerdo mientras enciendo la cafetera eléctrica, todas las veces que he preparado el café por la mañana a lo largo de mi vida y guardo con gusto en la memoria la jarra verde de peltre con unas flores rosas en las que se preparaba un rico café instantáneo con leche para acompañar el pan dulce y me parece que en el tintinear de la cuchara a los lados de la jarra se cuentan los años que han pasado desde entonces y encuentro que no alcanzo a calcularlos así de pronto.

Lo que sí sé es que viviendo en familia, en casa de asistencia o en un internado y ya más adelante en comunidad, entender nuestro tiempo encierra el secreto de la convivencia en armonía y en orden.

Pero volviendo al principio, hay días en que pareciera que una lija de realidades le ha quitado una capa a nuestra piel y nos deja los sentidos en la superficie, expuestos a que el menor roce con la vida que llevamos nos remita sin piedad a un laberinto de recuerdos de variada intensidad.

Cruza uno las calles de la ciudad y mira el rostro de un compañero de hace muchos años y descubre el rostro juvenil debajo de las líneas del tiempo y de los surcos que quedan después de una enfermedad o un dolor, abre uno el diario y mira las figuras redondas de excompañeros de alguna etapa pasada y remota celebrando aniversarios y logros profesionales, y mira uno hacia uno mismo y encuentra a veces su propia imagen reflejada en pausas de años y duda en pensar que el turno de la celebración, el premio o el turno sencillo de brillar le haya tocado a tiempo.

Hoy hago un ejercicio de abstracción y desde mi ventana miro el color del mar siempre neblinoso y siento la brisa pegajosa del casi verano y entonces recuerdo a la amiga que me enseñó a guardar el equilibrio en una bicicleta. Recuerdo que con un año mayor de edad “era grande” y me daba consejos sobre los novios, consejos que a ella no le sirvieron y a mí tampoco. Y pienso entonces con una sonrisa en un jovencito en quien pensaba y que con un nombre extraño como “Carmelo, Heleno o Rito” estaba lejos de ser el joven ideal. Recuerdo con pena cómo la vida lo quebró temprano y al pasar los años me encontré de nuevo con su nombre en la lápida empolvada del panteón.

El aroma del café inunda la casa, busco los zapatos pero antes paso mi mano por las plantas del pie para limpiar un poco el polvo de algunos recuerdos y conservar otros que para esta hora ya llegaron hasta mi corazón.

¡Buenos días!

Hoy podría quererte de memoria
recordar, por decirlo la tarde en el desierto
cuando llenos de sol, hambrientos, trastornados
agotamos la sed a mediodía sobre arena caliza

El sol caído a plomo arrojó sobre el día
un vaho espeso penetrado de sal,

El tiempo, aquellos tiempos
lo medimos por olas,

los días, los de entonces, se marcaron con luz

y mi piel en tu cuerpo resguardaba tus noches

En días calurosos, lo recuerdo
mis manos contenían limitadas
tus formas desbordadas de calor

Mi cuerpo conocía tu llegada
y antes, aún a distancia
al llamado confiado de tu nombre
me diluía en arroyos de pasión.

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