viernes, 13 de junio de 2008

La tercera Edad

En la hoguera de las vanidades la idea o la ilusión de conservar la juventud o su apariencia el mayor tiempo posible resulta ser la más inflamable.
Vivimos rodeados de estímulos que conducen la voluntad a buscar los productos que retrasen lo más posible el reloj biológico.
Programas televisivos se ocupan de dar los pormenores de las intervenciones que devuelven apariencias juveniles o moldean cuerpos para llenar expectativas de dudosa seducción. El tema surge de la manera más natural en las conversaciones cotidianas en referencia a tal o cual persona, hombre o mujer, que ya acudió al cirujano plástico para darse una ayudadita.
Con las excepciones comprensibles de quienes requieren cirugía por motivos de salud o funcionales, lo demás es sólo el mercado libre de la recuperación de una frescura que no se ubica precisamente en la piel, en el seno abultado con artificios o el abdomen plano temporalmente.¿Qué se busca? Si el paso del tiempo es un proceso ineludible y la evolución de la mentalidad también pasa por esa experiencia. ¿Quedarse detenido o detenida en una talla juvenil mientras los ojos acusan una edad de esas que llaman tercera?
¿Dónde se queda el crepitar de los huesos y la inseguridad que representa bajar escaleras o dudar de la distancia entre obstáculos ocasionales al deambular por la casa?
¿Dónde se operan las personas el sueño que hace cabecear en una reunión mientras otros se ocupan de la conversación? ¿En qué sitio se extirpa la intolerancia y desesperación que provocan los gritos y algarabía de infantes?
Las etapas de la vida van llevando nuestra mente a través de experiencias que se moldean con el paso de los años. El gusto por la quietud, la siesta, el silencio o el café con pan dulce de la tarde no tendrían que mirarse como signos sospechosos de envejecimiento sino como el privilegio que se gana con la edad para darse el gusto del descanso o el antojo.
La vida privada e íntima sigue teniendo sus satisfacciones y queda en ese ámbito personal las formas de vivir con plenitud sus particularidades.
Hay una riqueza que encierra cada persona mayor que se pierde si no hay quien recoja los relatos y anécdotas de épocas vividas en plenitud y donde nuestros mayores fueron testigos presenciales de eventos significativos para una comunidad que hace sesenta u ochenta años se estaba formando.
Digo ese tiempo porque a estas alturas ya no existen personas de más edad que puedan transmitirnos la historia oral que debiéramos atesorar aunque fuera en nuestra memoria para relatarla más adelante.
Así que mientras una generación de personas alrededor de los sesenta años quiere refrescarse la silueta y los rasgos faciales para quedar como en el tiempo de los Beatles jóvenes o las chicas ye ye -aunque más bien quisieran ser Raquel Welch o alguna otra chica Bond- otra, la de nuestros padres se pierde en el ocaso de la indiferencia o el olvido.
Sin extremismos, cuidar la imagen y la salud, preocuparnos por dejar de ser un país de los primeros lugares en el mundo en obesidad y al mismo tiempo resguardar la historia regional y la crónica de una ciudad con vida rica en datos pueden ser experiencias compatibles e igualmente reforzadoras de la identidad como ciudad.

Mientras tanto…

Hoy es el día en que me habrán de preguntar de alguna manera ¿en qué me inspiro para escribir poesía? y entre las posibles respuestas tendré que explicar que la tal inspiración es solamente el detonante que da paso al flujo de emociones y sentimientos convertidos en palabras, pero donde no hay nada resguardado no hay explosión que invente el resultado.
Les recuerdo que la cita es hoy a las 7.30 en la Galería del Centro Cultural Riviera de Pacífico: Presentación del Libro de poesía Las Estaciones del Día.

…Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.

Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?...

(Huerta, Efraín. Declaración de Amor)

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