sábado, 22 de noviembre de 2014

Un extraño enemigo






Hay días en que parece uno completamente perdido de su centro. Como en juego de esas cajitas con balines que deben caer en un pequeño hueco dispuesto para ese fin, movemos y movemos la pequeña circunferencia buscando que la pieza caiga por sí misma en su lugar y no lo logramos. Si la pequeña canica fuese el “yo” y el punto horadado el “yo mismo”, de plano reconocería que hay días en que no me encuentro.
Aquí surgen las buenas y las malas noticias: una, que no estoy sola, ese estado es compartido con muchos otros habitantes del país y otra, que eso no es remedio de nada.
El tema de la violencia desatada en todos los lugares del territorio nacional sobrepasa el análisis simple o la mirada general de cualquier opinión más o menos preocupada.
Las conversaciones entre quienes tienen uno o dos datos documentados giran alrededor de la falta de control de las autoridades correspondientes.
Ya sea por una de las versiones que dicen que “antes” -y aquí no sé bien a qué “antes” se refieren si tenemos ya varios sexenios estatales con el mismo tipo de gobierno, o si el “antes” es federal y entonces estaremos hablando de menos tiempo- la autoridad se entendía con los líderes de la delincuencia y éstos respondían con control sobre las acciones en determinadas áreas. O bien las otras versiones que dicen que en la lucha contra el crimen organizado no se diseñaron estrategias para afectar de manera inteligente los cotos de poder de los diferentes grupos del hampa, dando como resultado que el descabezamiento indiscriminado haya dejado en la libre a mandos secundarios que arremeten contra los adversarios del mercado sin detenerse en la población que afectan y sin código alguno al que se pueda apelar para llegar a acuerdos.
Porque llegado el caso o se aniquila al delincuente como los tiempos de Elliot Ness o se busca la forma de encontrar puntos donde el resultado sea una efectiva disminución de la violencia presente ya en cualquier ciudad, barrio, camino, establecimiento o evento.
Querer encontrarle sentido político a todo buscando destinatarios en un efecto de juego de billar resulta en ocasiones un ejercicio para distraer del punto urgente a resolver: la ola sangrienta de atentados, ejecuciones o secuestros.
Explicar que las luchas son entre los mismos delincuentes no alivia ni responde al reclamo del ciudadano que exige seguridad.
Lo punzante, lo grosero es la aparente facilidad con que se arremete en sitios impensables hasta hace poco tiempo y lo peor aún son los discursos con los que se pretende responder a un sector delincuencial a quien los dichos de los políticos o los funcionarios no les hacen ni cosquillas, porque además ni los miran, ni los oyen.
De los atentados en Morelia ¿qué sigue?: minutos de silencio, becas para huérfanos, pensiones modestas para viudas, gastos de funerales, fotos, flashes, caras de circunstancia, golpeteo político para el gobernador perredista, declaraciones de las damas de blanco encargadas de la protesta nacional organizada, y horas en noticieros dando los pormenores del lugar en donde cayeron las modestas prendas de vestir de una de las heridos.
Por lo pronto, se quedan atrás las víctimas de los sucesos en el Estado de México o en cualquier otro estado. Pero eso no sería lo más grave, los que se van quedando en el olvido son los verdaderos responsables de estos homicidios, y detrás de ellos todos aquellos encargados de procurar justicia, los mismos que cuando le llegan de cerca los señalamientos solamente los cambian de puesto o se les quita del escaparate.
Pero no tenemos que extender la mirada a otras latitudes, basta conocer lo que ha sucedido en Tijuana donde aún los acontecimientos son tan recientes que no se puede abordar el tema con la suficiente objetividad, baste señalar que la sobrepoblación de los centros penitenciarios y el caos producido por la aglomeración indistinta de prisioneros en diferentes etapas de sus procesos correspondientes provocan que el asunto de unos se convierta en problema de todos y el estallido abarque a los familiares desesperados por la suerte de los suyos, recluidos y por el momento atrapados en un conflicto de grandes dimensiones.
Cuando los marcos institucionales se miran rebasado o destruidos por los conflictos no queda más que reconocer la necesidad de acudir a otras instancias para manejar las soluciones que aunque calificadas de urgentes siempre llegarán tarde. Y es ahí cuando la sociedad se vuelve herida en busca de las respuestas, pero además de lastimada también reacciona violentada, y con razón.
Mientras el responsable de los sucesos en Michoacán aguardaba el último viva México el país entero sigue esperando que alguien declare formalmente que el crimen organizado o no, es el extraño enemigo y reconozca que hace tiempo profana con su planta el suelo de nuestros barrios, colonias y ciudades. El territorio de nuestra seguridad se mira invadido por un estado zozobra e inquietud permanente y como ciudadanos solamente esperamos que se respete nuestro derecho a un pedazo de tranquilidad y paz.


…frente a la tarde de salitre y piedraarmada de navajas invisiblesuna roja escritura indescifrableescribes en mi piel y esas heridascomo un traje de llamas me recubren,ardo sin consumirme, busco el aguay en tus ojos no hay agua, son de piedra…(Paz. Octavio. Piedra de Sol)

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