viernes, 17 de octubre de 2008

El destino en las cartas

Eran los años finales de la década de los treinta. Ensenada se extendía apenas algunas casas más allá del arroyo. Miguel, nieto de un arriero próspero y de una familia conocida de la localidad, estrenaba el gusto de haber recibido en regalo un burro, a quien llamó Timoteo, el cual representaba la razón diaria de su existir.
Caminar más allá de los límites de las casas que bordeaban el arroyo y su pequeño bosque era una aventura que los niños del barrio realizaban con algarabía y confianza.
Las dunas y arbustos alrededor de la bahía no guardaban secretos en sus veredas y escondites.
En las zonas más alejadas, lo que representaba ya un territorio rural, a la altura de lo que podría ser el arroyo de El Gallo, vivía en una vivienda rústica e improvisada en una especie de covacha rebajada al cerro y ampliada con tablones viejos y cartones, un hombre solitario, una especie de ermitaño y vagabundo que recorría las orillas de la ciudad seguido por un séquito de perros. Le decían El Güero, evidentemente porque en medio de la tierra y las costras que la falta de baño construían en su rostro, podían advertirse unos ojos azules y algún otro indicio de que el viejo era un hombre rubio. No tenía familia alguna.
Merecedor de la amistad y del trato cordial de quienes le conocían , por razones que no me fueron relatadas pero imagino como una suerte de conversador ameno, prestaba sus servicios para cuidar el burro del pequeño Miguel quien se lo había llevado para que lo mantuviera alimentado y seguro a cambio de un pequeño pago.
El Güero vivía “al día” cargando con él todos sus valores, toda su historia, dondequiera que el cansancio le llegara establecía su domicilio. Él era él en cualquier sitio donde hubiera espacio para sus afectos: sus perros y sus bultos de ropa. Nada más.
Pasaron los años, el niño creció para convertirse en un joven trabajador quien nunca dejó de frecuentar al Güero mucho tiempo después de que el burro también creció y dejó de existir.
La ciudad se extendió, la colonia Obrera nació y floreció en sus asentamientos actuales, la actividad productiva se diversificada entre las empresas locales, el comercio, la actividad pesquera y la administración pública.
El Güero seguía en su ir y venir por sus rutas conocidas, seguido por sus animales y llevando consigo bolsas de trapos los cuales no abandonaba por ningún motivo.
En algún momento de estos años había encontrado una compañera, la Nena, que corría los mismos destinos aunque ella sí tenía familiares en la ciudad y pasaba temporadas acompañándolo alternado con épocas en que se retiraba con los suyos o éstos la buscaban ya que no se encontraba muy bien de sus facultades mentales.
Los años siguieron pasando Miguel formó una familia y estableció su domicilio en lo que era ya la Colonia Independencia.
Seguía visitando de vez en cuando al Güero y en alguna de sus conversaciones éste le contó una vez más la historia de un hermano mayor que en 1905 se había ido a vivir a Estados Unidos y nunca más supo de él. Contaba que para entonces el hermano tenía dos pequeñas hijas. Este relato no era nuevo para Miguel, pero en esta ocasión le pedía que le hiciera una carta para su hermano porque estaba en riesgo de perder su propiedad a causa de un personaje que estaba peleando por ella. Como no eran terrenos regularizados, quería arreglarlo y pensaba que si su hermano sabía del asunto sin duda le ayudaría para resolverlo.
El tiempo pasó, Miguel no escribió inmediatamente, no tenía más datos que el nombre del hermano del Güero y el nombre de la ciudad: Palm Springs, pero nada más, además desde que le contó la historia habían transcurrido muchos años, consideraba muy remoto si no imposible, localizarlo. Desde que le pidió que escribiera pasaron meses hasta que un día pensó que nada se perdería haciéndole el favor al Güero, escribió la carta, planteó el asunto, firmó como el hermano pero agregó sus datos: nombre completo y dirección. La carta en cuestión iba dirigida al señor Fulano de Tal (nombre y apellido correctos) Lista de Correos (en español), Palm Springs.
Transcurrió más de un año cuando un día llegó a la casa de Miguel una carta, era una sobrina del Güero quien daba respuesta ya que una amiga que trabajaba en la oficina postal de Palm Springs le informó que tenían tiempo con una carta para su padre, quien ya no vivía. La sobrina se puso en contacto y prometió venir a la ciudad a conocer a su tío. Lo hizo acompañado de su esposo, ella era ya para los años sesenta una mujer mayor. Miguel advirtió las condiciones en las que vivía el Güero y condujo a la mujer junto a su tío, el encuentro fue emotivo, más para ella que para él. Quedaron en ver el asunto de su propiedad y de enviarle ayuda. Tiempo después a través de una carta quedaron de encontrarse en Tijuana para entregarle un dinero con el que resolvería el trámite. La carta la envió con meses de anticipación a la fecha propuesta. Miguel se había comprometido a llevarlo en su auto. El Güero impaciente preguntaba cada vez que lo miraba cuánto faltaba para ir a Tijuana.
Un día Miguel fue a verlo, no lo encontró. Supo que otro amigo le había ofrecido llevarlo y dejarlo en Tijuana. Pasaron las semanas y no supieron nada de él. La “Nena”, la compañera del Güero iba a la casa de Miguel a preguntar por él, pero no hubo noticias.
Un día de febrero, mientras la familia de Miguel se disponía a ir al desfile principal de Carnaval, le dijeron que había llegado una carta, la tomó y la guardó, luego mientras salían llegó la Nena y unas parientes, muy arregladita para ir a las fiestas. En ese momento él leía la carta de la sobrina del Güero en donde le decía que su tío había muerto atropellado en Tijuana. Nunca se encontraron. El Güero llevaba la carta de la sobrina por eso la localizaron, la familia reclamó su cuerpo y lo sepultaron allá. Tenía casi noventa años. A la Nena nunca le dijeron lo que había pasado. Ese día de Carnaval, al verla tan arreglada, tan contenta, tan vieja, con sus ojos sonrientes y medio ausentes Miguel no supo cómo dar esa noticia. Todavía hoy se pregunta sí hizo lo correcto. Nunca supo más de ella.

…Ahora vuelve el sol a dejarnos.
La tarde se cansa,
descansa sobre el suelo, envejece.
Trenes distantes, voces, hasta campanas suenan.
Nada ha pasado.
(Sabines, Jaime. El llanto fracasado)

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